Elaborado por: Lahcen El kiri*
Tradicionalmente, se entiende por la
denominación cuento, una narración breve, corta, de construcción dramática y
presentando, al mismo tiempo, pocos personajes. Esta, no es más que una
definición parcial del género cuentístico, la cual parte de algunos aspectos
definitorios de éste. Si uno pretende hacer otra cosa diferente, su tarea será destinada al fracaso
porque corre el riesgo de caer en lo tautológico. Siendo el hecho de contar una
particularidad humana, será imposible para cualquier tratadista determinar el lugar donde nació el cuento. A
pesar de esto, asistimos a divergentes opiniones de tantos tratadistas de
diferente pertenecía civilizacional que reivindican tal nacimiento para su
propia civilización.
Toda manifestación literaria no se hace posible
prescindiendo del instrumento mágico de la literatura: La lengua. De ahí, la
única diferencia que se puede establecer entre dichas manifestaciones estriba
en el cómo hacer uso de tal instrumento. El género cuentístico, en cuanto que
manifestación literaria, establece su particularidad genérica, a partir de un
especial uso de la lengua. La teoría de los géneros literarios venía
esforzándose, a lo largo de la historia, para definir, determinar y delimitar
las formas literarias. Su fin era la búsqueda de algunos aspectos y
especificidades propias a cada forma.
Lamentablemente, siempre salía vencedor el hecho literario. Cada aproximación
acertada, a cualquier género, nos obliga a conocer, a las claras, los rasgos y
las características definitorias que hacen posible su especial particularidad.
Si tomamos, por ejemplo, el caso de Juan Bosch en su famosa aseveración donde
afirma que “Saber comenzar un cuento es tan importante como saber
terminarlo. El cuentista serio estudia y practica sin descanso la entrada del
cuento. Es en la primera frase donde está el hechizo de un buen cuento, ella
determina el ritmo y la tensión de la pieza. Un cuento que comienza bien casi siempre termina bien. El autor
queda comprometido consigo mismo a mantener el nivel de su creación a la altura
en que la inició. Hay una sola manera de empezar un cuento con acierto:
Despertando de golpe el interés del lector” (véase su tratado que tiene por
título: Apuntes sobre el arte de escribir cuentos); vemos que este
último versa su interés sobre una de las especificidades capitales para la interpretación del cuento:
El buen comienzo. En nuestra calidad de estudiosos del género cuentístico y
lectores de recopilaciones cuentísticas de la altura de “Los funerales de la
Mamá grande” del escritor colombiano Gabriel García Márquez, vamos a
someter esta aseveración crítica a un examen consciente para atenernos a lo constante y variante en
ella, tanteando las intenciones de su propio emisor, siempre en la medida de lo
posible.
Pero, antes que nada, podemos plantear con todo derecho, las
siguientes preguntas: ¿Qué es lo que se entiende por “comienzo” en el cuento?
¿Por qué tiene todo este interés? ¿Quién es el cuentista serio? El buen
comienzo ¿es la única especificidad que
se requiere para escribir un muy buen cuento? Los demás géneros, ¿no dan,
acaso, importancia al comienzo a la manera del cuento? Más o menos, éstas son
las preguntas que nos van a iluminar el camino, guiándonos y tejiendo, al mismo
tiempo, la base de nuestra modesta reflexión.
Basándonos en nuestra propia experiencia de
interesados por el género cuentístico y
teniendo en cuenta lo que deja traslucir esta aseveración, podemos enunciar,
desde el primer momento, que el comienzo en el cuento no constituye, en
términos exactos, más que un ángulo en un triángulo. Es verdad que el crítico
alude aquí al final, pero, desgraciadamente, ausenta o margina el punto
culminante en toda construcción cuentística: La intriga. Es decir, estaríamos
en presencia de una forma piramidal. Sólo se insiste en la importancia del buen comienzo, lo cual
garantiza el buen final. Según las palabras del crítico, el cuentista serio
debe hacer lo posible, esforzándose, tocando, retocando, estudiando y
practicando arduamente. Después, logra esta buena entrada. Es decir, las
primeras líneas introductorias al mundo del cuento.
El enigma, la magia, se encuentra ahí, en
el principio del cuento donde, según siempre este crítico, se hace lo esencial.
No hay nada fortuito, gratuito y tampoco añadido. A este respecto dice Julio
Cortázar: “Un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases…analicen su primera
página, me sorprende que encontrarán en él elementos gratuitos, meramente
decorativos”, véase su tratado que se títula: “Sobre el cuento”.
En “Los funerales de la Mamá grande”,
encontramos en la mayoría de sus cuentos constituyentes muy buenos comienzos.
Así que el cuentista, en “La prodigiosa tarde de Baltazar”, pudo captar exitosamente nuestro interés desde el
principio con pocas palabras. Una jaula particular que hace la particularidad,
al mismo tiempo, de su propio creador Bltazar.
Además, en “Un día de estos”,
rápidamente el autor nos sitúa de lleno en las coordinadas espacio - temporales
con muy pocas líneas. Además, nos deja figurar la psicología del personaje y
cómo se hace su rito profesional cada día. Más que eso, el comienzo determina
el ritmo que va a seguir la narración después. Un buen cuentista es aquel que
llega a atrapar la curiosidad del lector, le obliga a seguir o continuar la
lectura del cuento, una vez comenzada. En el mismo sentido, dice Juan Bosch
afirmando: “No importa que el cuento sea subjetivo u objetivo, que el estilo
del autor sea deliberadamente claro u
oscuro, directo o indirecto: El cuento
debe comenzar interesando al lector. Una vez cogido en este interés, el lector
está en manos del cuentista y este no debe soltarlo”. Véase el tratado del
mismo autor arriba mencionado.
Verdaderamente, sea como sea, uno no puede
discutir la gran importancia del hecho de saber comenzar muy bien un cuento.
Pero, claro está, si uno encierra la principal tarea del cuentista serio en
esta dicha característica del género, de la que deriva el buen final, según el
mismo crítico, vemos que margina gravemente otros aspectos de este género que
pueden elevarse a la altura del
comienzo. Si tomamos por ejemplo, el final, destacamos que existen muchos
cuentistas que supieron bien comenzar su
cuento pero se les ha quitado el debido interés
por no saber, bastante bien, mantener el ritmo hasta el punto final del
cuento.
Si suponemos, en el mismo orden de ideas,
que un tal cuento con un buen comienzo y
un buen final olvidando la intriga, desgraciadamente, no nos interesará al tanto como en el caso de otro
en que se aúnan estos tres
aspectos para posibilitar su forma constructiva piramidal.
Más allá de esto, un buen cuento que
obedecería a dicha construcción piramidal y exactamente tiene un muy buen
comienzo, no puede ser, forzosamente, buen cuento si margina, también, otros
parámetros que definen la verdadera sustancia del género cuentístico: Los personajes,
el efecto único, la extensión y la significatoriedad etc.
En todas las formas literarias, los
comienzos y los finales, y no solamente en el cuento, constituyen momentos
decisivos en la operación o el proceso creativo; porque si el comienzo constituye
lo primero que llama la atención del receptor provocando su interés y
curiosidad, el final en sí mismo, claro está, será el sedimento que se deja en
la mente de dicho receptor. Pero , si por ejemplo, el novelista tiene la posibilidad de atrasar un poco los mecanismos y su capacidad para
captar el interés del lector, por la libertad que tiene, el cuentista no tiene
por aliada dicha libertad, en absoluto: Todo es calculado y determinado. Si
fracasa en captar dicho interés en las primeras líneas, no puede hacerlo en
otra ocasión. Ese es uno de lo mucho que
nos posibilita la diferenciación de la
tarea del novelista y el cuentista.
Insistiendo en la importancia que
encierran el comienzo y el final en el género cuentístico, el crítico inglés Hilary
Sedgwick nos cita una comparación muy particular entre el cuento y la hípica
cuando dice: “El cuento es como la hípica; lo más importante que tiene es el
comienzo y el final”.
Desde la antigüedad, los investigadores
en la teoría de los géneros literarios venían buscando - hasta hoy en día se
sigue haciendo lo mismo - unas reglas y normas para poder canonizar el hecho
literario. En contra, dicho hecho literario sigue, cada vez más, escapando y transgrediendo tajantemente la norma, el
canon. Nos toca aquí, a estas alturas de nuestra reflexión, preguntarnos como
sigue: ¿Quién enriquece a quién? La literatura a la teoría o la teoría a la
literatura?
Concluyendo, podemos decir que el género
cuentístico es un género literario relativamente moderno que está adquiriendo,
cada vez más, tanta popularidad. Este género se escribe y se estudia partiendo
de una multitud de características que hacen su particularidad. Ni el buen
comienzo, ni el buen final y tampoco la significatoriedad por sí solas nos dan
buenos cuentos; sino, más bien, éste es un fruto de una composición sabia de
diversos aspectos y componentes que lo definen. La manera de manipular la
lengua es diferente en el cuento en
comparación con los demás géneros. La historia de la literatura es una historia
de permanente movimiento, desarrollo y evolución. Aquellos que pretenden llegar
a unas reglas teóricas o críticas fijas para la interpretación de la
literatura, en cuanto que arte, fracasarán irremediablemente. Si hay aspectos y
características determinadas que regulan
el cuento ¿No pueden, acaso, ser aplicados a la poesía siendo “el amo del
habla” dada la semejanza entre estos dichos géneros?
*Esta modesta reflexión va
dirigida al magnífico Ahmed Ararou, mi ex profesor de “la literatura hispanoamericana”
en la facultad de letras y humanidades - Universidad Mohammed V Agdal - Rabat,
de cuyas clases surgieron las presentes ideas, Lahcen El kiri.
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